(Portland, Estados Unidos, 1807 - Cambridge, id., 1882) Poeta estadounidense. Por su singular tratamiento de los temas nativos, históricos y tradicionales, está considerado uno de los padres indiscutibles de la poesía norteamericana y fue, sin duda, el más popular de su país durante el siglo XIX.
Henry Wadsworth Longfellow alcanzó un gran reconocimiento por parte de sus contemporáneos gracias a obras como Ultramar (1835), una narración que recoge sus viajes por Europa, y más tarde con su primera obra poética, Las voces de la noche (1839), en la que destacan los «Salmos de la vida». En sus obras posteriores se decantó hacia temas de carácter popular e histórico; así, en el poema narrativo Evangeline (1847) rememoraba el éxodo de los acadios, y en Hiawatha (1855) recurría a las leyendas y al folclor de los indios. De su producción más tardía cabe destacar La petición de mano de Miles Standish (1858), Cuentos de una hostería (1863) y una traducción de La Divina Comedia de Dante (1865-1867).
LOS NIÑOS
Venid, buenos amiguitos;
Cuando escucho vuestros gritos,
Cuando miro vuestro juego,
Mis pesares huyen luégo.
Pues me abrís gentil ventana,
Y á la luz de la mañana
Miro el agua cristalina
Y la inquieta golondrina.
Vuestras almas inocentes
Tienen pájaros y fuentes;
Vuestros libres pensamientos
Son cual ondas, son cual vientos.
En vosotros todo es canto,
Todo es luz; gozad, entanto
Que mi helado invierno empieza;
Ya es de nieve mi cabeza.
Sin vosotros, pequeñuelos
Mensajeros de los cielos,
¿Cuán estéril, cuán sombría
La existencia no sería?
Sois cual hojas que al anciano
Bosque dan verdor lozano,
Y en los aires se remecen,
Beben luz, y resplandecen.
Venid, niños bendecidos;
Quedo, quedo en mis oídos
Susurrad lo que süaves
Os contaron brisas y aves.
Vuestra atmósfera supera
A la misma primavera
De los campos, con sus flores
Y sus blandos ruiseñores.
Con vosotros comparadas
Poco valen las baladas,
Las poéticas leyendas,
Las ficciones estupendas.
Que la historia es sombra incierta,
Y los libros letra muerta;
Vuestra candida alegría
Es viviente poesía.
EL HOGAR
¡Cuán dichoso el afecto que se esconde!
Quédate, corazón, en tu lugar:
Nunca la dicha á la inquietud responde
De almas que corren sin saber á dónde;
Vale más el reposo del hogar.
Para ellas nunca hay paz: en su extravío
Cruzan de Oriente á Ocaso, tierra y mar,
Siempre barridas por el viento impío
Que alza la duda en el desierto frío;
Vale más el reposo del hogar.
¡Goza en la sombra, corazón! Sin duelo
Descansa el ave en el nativo alar,
Y siempre halcón traidor amaga el vuelo
De las que vagan por el alto cielo;
Vale más el reposo del hogar.
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