"Nosotros gozamos de pequeñas ventajas: por ejemplo, yo te amo y desearía que me miraras a los ojos, pero llevo gafas de sol para que no puedas ver mis ojos pues entrarías en mi alma con tus manos y sentirías latir mi corazón en una sola dirección, por ello, mejor pretendo no ver.
De hecho no observo lo que me rodea pero observo lo que sucede dentro de mí, y para sentirlo no se necesitan ojos, para sentirlo no se necesitan labios, para sentir lo que sucede dentro de mí sólo necesito una manifestación tuya de carne, verte por un segundo para hablar de ti a través de los siglos.
Para sentir el abrazo del dolor es necesario orar para que el dolor no destruya nuestras pobres fuerzas, para que la carne terrena como la muerte no se transforme en un perro callejero devorado por mil lobos.
Así se es eterno, vistiendo la propia carne de la miseria y guardando para sí ese conocimiento del amor que es privilegio tan sólo de santos y profetas.
Toda cosa bella se vuelve pasajera en las manos de los hombres, pero toda cosa bella besada por Dios se vuelve una rosa roja llena de sangre."
La isla desierta que tú y yo, Señor,
habíamos habitado desnudos y solos
como Adán y Eva
en su principio,
la isla desierta que no necesitaba
los ropajes de la carne
sino tan sólo de la transparencia
de un pensamiento iluminado,
la isla de carne y materia,
la isla de nuestros besos.
Si tú supieras, Dios,
que para conocer a una mujer
hay que amarla,
hay que penetrar en sus entrañas
y sentir el calor de sus gemidos,
entenderías qué es la pasión humana
que muere de amor
y se pierde porque quiere la muerte.
Y explícame Jesús
por qué el enamorado en ti busca su redención
y explícame entonces Jesús
por qué no alejaste de tu costado
ni a los amantes
ni sus pensamientos.
Los otros castigan el silencio del amor
con fiestas y tripudios y oropeles varios,
pero aquella que te ama
se viste de nada
y repudia incluso las palabras.
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