Miguel Hernández Gilabert fue un poeta y dramaturgo español nacido en Orihuela el 30 de octubre de 1910 y fallecido en Alicante el 28 de marzo de 1942. Suele discutirse si Hernández es encuadrable en la generación del 36 o en la del 27, debido a su proximidad con ambas.
Originario de una familia humilde de campesinos, 7 hermanos, se inició en la poesía gracias al apoyo de Ramón Sijé, y tras escribir para varias revistas y publicaciones, aparece su primer libro, Perito en lunas en 1933.
De formación casi autodidacta, consiguió finalmente un empleo en la capital como colaborador en las Misiones Pedagógicas, y posteriormente como secretario y redactor de la enciclopedia Los toros.
Colaboró con la Revista de Occidente y trabó amistad con poetas como Vicente Aleixandre y Pablo Neruda, que influyeron en su etapa surrealista, que pronto dio paso a una poesía más social y política. Al desatarse la Guerra Civil se alista en el bando republicano, casándose mientras con Josefina Manresa, con quien tuvo dos hijos.
Al intentar cruzar la frontera portuguesa fue detenido y comenzó una larga peregrinación de cárcel en cárcel, que finalmente acabó con su salud y llevó a su muerte por tuberculosis en 1942.
Elegía
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
con quien tanto quería.)
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
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