Elizabeth I de Inglaterra fue una de las mujeres más notables de la realeza. Su educación excedía por mucho la media estimada para las doncellas destinadas al trono, y su profunda percepción de las desgarradoras sutilezas del amor la convirtieron en una poetisa muy interesante.
Y amo, aunque deba aparentar odio.
No me atrevo a expresar mis sentimientos,
Parezco muda, aunque por dentro hablo.
Soy y no soy, en llamas me congelo,
Pues he dejado de ser yo, no soy más mía.
Este dolor es como mi sombra,
Me sigue al vuelo y vuela si la sigo,
Me acompaña y hace lo que hago,
Y me aflige su pena, que comparto.
No hay manera de alejarla de mi pecho
Hasta que el fin de las cosas la destierre.
Insúflame una pasión más tierna
Pues blanda soy, nieve derretida,
O sé cruel, amor, y así sé amable:
Deja que flote o permite que me hunda.
Hazme vivir con un dulce deleite,
O déjame morir para que olvide que he amado.
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