2022/04/04

Edith SÖDERGRAN

 La poeta fino-sueca Edith Irene Södergran nació el 4 de abril de 1892 en San Petersburgo, en el seno de una familia burguesa de habla sueca.

Edith SödergranSus primeras incursiones en el mundo de las letras tuvieron lugar en 1902 después de haber ingresado a la prestigiosa Petri-Schule alemana de su ciudad natal, institución donde aprendió inglés, francés, ruso y alemán. Por ese entonces, la joven, influenciada por Heinrich Heine y Johann Wolfgang von Goethe, comenzó a escribir sus primeros poemas en alemán pero, con el transcurso del tiempo, la autora adoptaría, para su producción literaria, el idioma sueco, la lengua de su madre.En 1909, Södergran contrajo tuberculosis, la misma enfermedad que había aquejado a su padre dos años atrás. Por ese motivo, desde 1911 hasta 1914, la escritora se vio obligada a permanecer internada, durante largos períodos, en el hospital suizo de Davos-Dorf, donde pasaba el tiempo leyendo a Dante y estudiando italiano e inglés. En ese contexto, además, esta mujer que se había enamorado de su médico (un hombre casado y mucho mayor que ella), descubrió el legado de Charles DickensWilliam ShakespeareWalt Whitman y Algernon Charles Swinburne.«Poemas»«Lira de septiembre» (trabajo que creó en medio de una depresión y una extrema pobreza producto de la Revolución Rusa de 1917), «El altar de las rosas» y «La sombra del futuro» son las obras más conocidas de esta autora que, a principio de los años veinte, se hizo miembro de la Sociedad de Antropología.

La muerte de Edith Södergran, cuya producción literaria fue traducida a una gran cantidad de idiomas, se produjo el 24 de junio de 1923 en la ciudad de Raivola. Bajo su almohada se encontraron dos poemas: «La tierra que no es» (trabajo que sería publicado en 1925 junto a otras obras inéditas) y «Llegada al Hades».

La nostalgia —«…algún día fui suave como un verde brote…»
La decepción: —«El hombre no ha venido, jamás ha sido, jamás será…»
La pasión —«Oh, abrázame tan fuerte que ya no necesite nada.»
La tristeza —«Aquí crecen rosas rojas alrededor de pozos sin fondo, / aquí reflejan los días bellos sus rasgos sonrientes / y las grandes flores pierden sus pétalos más bellos…»
La esperanza —«Todavía hay un susurro entre los abetos…»
La angustia —«Cuándo habré de alzarme ligera como una pluma / para alcanzar esa rosa, la única que no muere nunca.»
El desaliento —«Mi corona es demasiado pesada para mis fuerzas.»
El compromiso —«Soy un brindis en honor a todas las mujeres…»
El deseo —Ansío la tierra que no es…»
El desamor —«Una vez amé a un hombre que no creía en nada…»
La reivindicación —Mi corazón de hierro quiere cantar su canción.»
La libertad, aunque la libertad en ella está asociada a la muerte —«Me mostrarás una tierra maravillosa / donde las palmeras se yerguen altas / y donde entre las columnatas / las olas del deseo se marchan.» 

«Cuando cansada me tumbo a la cama / lo sé: en esta mano agotada se encuentra el destino del mundo»

Al atardecer refresca el día...

I
Al atardecer refresca el día...
Bebe el calor de mi mano,
mi mano tiene la misma sangre de la primavera.
Toma mi mano, mi blanco brazo,
toma el ansia de mis menudos hombros...
Qué maravilloso sería sentir
en una noche, en una noche como ésta,
el peso de tu cabeza sobre mi pecho.

II
Arrojaste la rosa roja de tu amor
en mi blanco seno-
Entre mis febriles manos aferro
la rosa roja de tu amor que pronto se marchita...
Oh tú, Emperador de gélidos ojos.
acepto la corona que me tiendes,
la que me dobla la cabeza hacia el corazón...

III
Hoy vi a mi dueño por vez primera,
temblando, al instante lo he reconocido.
Ahora siento su pesada mano sobre mi brazo leve...
¿Dónde está mi sincera risa de doncella,
mi libertad de mujer de cabeza altiva?
Ahora siento su férreo abrazo
alrededor de mi cuerpo estremecido,
ahora oigo el duro estruendo de la realidad
contra mis frágiles, frágiles sueños.

IV
Buscabas una flor
y hallaste un fruto.
Buscabas una fuente
y hallaste un mar.
Buscabas una mujer
y hallaste un alma:
estás decepcionado.


Amor

Mi alma era un traje celeste como el cielo;
lo dejé sobre una roca junto al mar
y desnuda llegué hasta ti y parecía una mujer.
Y como mujer me senté a tu mesa
y brindé con vino y aspiré el aroma de unas rosas.
Me encontraste bella y semejante a alguien que en sueños viste,
olvidé todo, olvidé mi infancia y mi patria,
sólo sabía que tus caricias me tenían cautiva.
Y tú, sonriendo, tomaste un espejo y dijiste que me mirara.
Vi que mis hombros estaban hechos de polvo y se desmoronaban,
vi que mi belleza estaba enferma y ahora sólo quería desaparecer.
Oh, aférrame entre tus brazos, tan fuertemente
que ya no necesite nada más.


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