2021/10/27

SILVIA PLATH


 Sylvia Plath nació el 27 de octubre de 1932 en Jamaica Plain, Massachusetts.


Padres

Hija de Aurelia Schober, estadounidense de origen austríaco, y de Otto Plath, original de Grabow, Alemania. Su padre de era entomólogo y profesor de biología en la Universidad de Boston. Fue criada en el seno de una familia de clase media.

Estudios

Cursó estudios en la Universidad de Smith y, con una beca Fulbright en la de Cambridge. Tras recibir terapia contra la depresión, Plath realizó su primer intento de suicidio a finales de agosto 1953 ingiriendo una sobre dosis de las pastillas para dormir de su madre.

Conoció al poeta británico Ted Hughes el 25 de febrero de 1956. Se casaron el 16 de junio de 1956, en Londres, y pasaron su luna de miel en Benidorm, España.

Libros

Su primer libro, El coloso (1960), expone la meticulosidad de su estilo. Ariel (1965) está considerado como su mejor libro de poemas que, al igual que su poesía posterior publicada después de su suicidio, refleja un ensimismamiento.

La campana de cristal (1963), novela que se editó bajo el seudónimo de Victoria Lewis, es un relato autobiográfico. Su correspondencia, Cartas a casa, 1950-1963, fue publicada en 1975. Poemas completos, ganó el Premio Pulitzer en 1982 y fue editado por su marido en el año 1981. Otras obras, editadas póstumamente, son Cruzando el agua (1971), Árboles de invierno (1972) y Johnny Panic y la Biblia de sueños, libro de cuentos.

Muerte

A principios de 1963, se radicó en un apartamento de Londres sin apenas dinero y dedicando sus últimos meses a la poesía. Poco después de cumplir los treinta años, el 11 de febrero de 1963, Sylvia Plath dejó a sus dos hijos Frieda y Nicholas (de tres y un año respectivamente) dormidos, metió la cabeza en el horno y se suicidó.

Epitafio

Su epitafio, "Incluso en medio de las llamas feroces se puede plantar loto dorado", es una cita del libro Monkey escrito por Wu Cheng'en en el siglo XVI.  


Carta de amor

No es fácil expresar lo que has cambiado.
Si ahora estoy viva entonces muerta he estado,
aunque, como una piedra, sin saberlo,
quieta en mi sitio, mi hábito siguiendo.
No me moviste un ápice, tampoco
me dejaste hacia el cielo alzar los ojos
en paz, sin esperanza, por supuesto,
de asir los astros o el azul con ellos.

No fue eso. Dormí: una serpiente
como una roca entre las rocas hiende
el intervalo del invierno blanco,
cual mis vecinos, nunca disfrutando
del millón de mejillas cinceladas
que a cada instante para fundir se alzan
las mías de basalto. Como ángeles
que lloran por la gente tonta hacen
lágrimas que se congelan. Los muertos
tenían yelmos helados. No les creo.

Me dormí como un dedo curvo yace.
Lo primero que vi fue puro aire
y gotas que se alzaban de un rocío
límpidas como espíritus. y miro
densas y mudas piedras en tomo a mí,
sin comprender. Reluzco y me deshojo
como mica que a sí misma se escancie,
igual que un líquido entre patas de ave,
entre tallos de planta. Mas no pienses
que me engañaste, eras transparente.

Árbol y piedra nítidos, sin sombras.
Mi dedo, cual cristal de luz sonora.
Yo florecía como rama en marzo:
una pierna y un brazo y otro brazo.
De piedra a nube iba yo ascendiendo.
A una especie de dios ya me asemejo,
hiende el aire la veste de mi alma
cual pura hoja de hielo. Es una dádiva.

Espejo

Soy de plata y exacto. Sin prejuicios.
Y cuanto veo trago sin tardanza
tal y como es, intacto de amor u odio.
No soy cruel, solamente veraz:
ojo cuadrangular de un diosecillo.
En la pared opuesta paso el tiempo
meditando: rosa, moteada. Tanto ha que la miro
que es parte de mi corazón. Pero se mueve.
Rostros y oscuridad nos separan

sin cesar. Ahora soy un lago. Ciérnese
sobre mí una mujer, busca mi alcance.
Vuélvese a esos falaces, las luciérnagas
de la luna. Su espalda veo, fielmente
la reflejo. Ella me paga con lágrimas
y ademanes. Le importa. Ella va y viene.
Su rostro con la noche sustituye
las mañanas. Me ahogó niña y vieja

Zilarrezkoa naiz eta zehatza. Ez dut aurreritzirik.

Ikusten dudan guztia irentsi egiten dut segituan

Bere hartan, maitasun edo gaitzespenaren lausorik gabe.

Ez naiz krudela, soilik egiatia:

Jaungoiko ttipi baten begia, lau ertzetakoa.

Denborarik gehiena aurreko hormaz hausnartzen joaten zait.

Arrosa da, tantoekin.

Hain luzaro egon natzaio begira

Nere bihotzaren zati bat dela uste dut. Baina gora-beherak ditu.

Aurpegiek eta iluntasunak banandu egiten gaituzte behin eta berriro.

Aintzira bat naiz orain. Andre bat nigana makurtzen da,

Zer ote den bera zinez nere luze-zabalean aztertuz.

Gero gezurti horiengana bihurtzen da: kandela edo ilargiari buruz.

Bere bizkarra ikusi eta isladatu, egiten dut fidelki.

Eskuak astinduz eta malkoekin saritzen nau.

Inportantea naiz berarentzat. Etorri eta joan egiten zait.

Bere aurpegiak hartzen du goizero iluntasunaren lekua.

Neska gazte bat ito du nigan, eta nigan hartzen dio gaina

Andre zahar batek,

egunez egun, arrain

izugarri baten modura.



Electra en la Senda de las Azaleas

El día de tu muerte me sumí en la tierra,
en el oscuro refugio donde las abejas,
a rayas oro y negras, aguantan el temporal
como piedras hieráticas y el terreno es firme.
Fue bueno hibernar esos veinte años:
como si nunca hubieras existido, como si hubiera llegado
al mundo engendrada por Dios en el vientre de mi madre:
su amplio lecho portaba el estigma de lo divino.
Nada tenía que ver con la culpa ni con nada
cuando me acurruqué bajo el corazón de mi madre.

Diminuta cual muñeca con mi vestido de inocencia,
al dormir soñaba tu epopeya, imagen a imagen.
Nadie moría o envejecía en aquel tiempo.
Todo sucedía entre una perenne blancura.
El día que desperté, desperté en Churchyard Hill.
Hallé tu nombre, hallé tus huesos y demás
consignados en una angosta necrópolis
y tu lápida jaspeada inclinada junto a una valla.

En este albergue de caridad, esta casa de pobres, donde los muertos
se agolpan pie contra pie, cabeza contra cabeza, ninguna flor
quiebra la tierra. Es la Senda de las Azaleas.
Hacia el sur, se abre un campo de bardanas.
Te cubren dos metros de grava amarilla.
La salvia roja artificial permanece inmóvil
en la cesta con siemprevivas de plástico que pusieron
sobre la tumba junto a la tuya. Tampoco se pudre
aunque la lluvia disuelva un tinte sangriento:
los pétalos falsos gotean y gotean rojo.

Es otra la clase de rojo que me preocupa:
Cuando tus velas bebieron el aliento de mi hermana
el mar calmo fue púrpura como ese paño viciado
que mi madre desplegó en tu última venida.
Me apoyo en una antigua tragedia.
Lo cierto es que, a finales de un mes de octubre,
con mi primer llanto,
un escorpión se atravesó la cabeza, mal presagio.
Mi madre soñaba tu rostro en el mar.

Los pétreos actores, en sus puestos, se toman un respiro.
Traje mi amor como ofrenda y entonces moriste.
Fue la gangrena lo que te devoró hasta los huesos,
dijo mi madre. Moriste como cualquier otro hombre.
¿Cómo podría yo madurar en tal estado mental?
Soy el fantasma de una infame suicida
y mi propia navaja azul aún se me oxida en la garganta.
Oh, perdona a aquella que acude buscando perdón
a tu puerta, padre: tu perra, tu hija, tu amiga.
Fue mi amor el que nos empujó a ambos a la muerte.

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