2021/09/04

roberto Juarroz

A veces me parece... 
 A veces me parece que estamos en el centro de la fiesta
 sin embargo en el centro de la fiesta no hay nadie
 En el centro de la fiesta está el vacío
 Pero en el centro del vacío hay otra fiesta. 

 Algún día encontraré una palabra...
 Algún día encontraré una palabra que penetre en tu vientre y lo fecunde,
 que se pare en tu seno como una mano abierta y cerrada al mismo tiempo.
 Hallaré una palabra que detenga tu cuerpo y lo dé vuelta, 
que contenga tu cuerpo
 y abra tus ojos como un dios sin nubes
 y te use tu saliva y te doble las piernas. 
Tú tal vez no la escuches o tal vez no la comprendas. 
No será necesario.
 Irá por tu interior como una rueda recorriéndote al fin de punta a punta, 
mujer mía y no mía 
y no se detendrá ni cuando mueras. 

 Así como no podemos... Así como no podemos sostener mucho tiempo una mirada, tampoco podemos sostener mucho tiempo la alegría, la espiral del amor, la gratuidad del pensamiento, la tierra en suspensión del cántico. No podemos ni siquiera sostener mucho tiempo las proporciones del silencio cuando algo lo visita. Y menos todavía cuando nada lo visita. El hombre no puede sostener mucho tiempo al hombre, ni tampoco a lo que no es el hombre. Y sin embargo puede soportar el peso inexorable de lo que no existe. Cada uno tiene su pedazo de tiempo... Cada uno tiene su pedazo de tiempo y su pedazo de espacio, su fragmento de vida y su fragmento de muerte. Pero a veces los pedazos se cambian y alguien vive con la vida de otro o alguien muere con la muerte de otro. Casi nadie está hecho tan sólo con lo propio. Pero hay muchos que son nada más que un error: están hechos con los trozos totalmente cambiados. Detener la palabra... Detener la palabra un segundo antes del labio, un segundo antes de la voracidad compartida, un segundo antes del corazón del otro, para que haya por lo menos un pájaro que puede prescindir de todo nido. El destino es de aire. Las brújulas señalan uno solo de sus hilos, pero la ausencia necesita otros para que las cosas sean su destino de aire. La palabra es el único pájaro que puede ser igual a su ausencia. El amor empieza cuando se rompen... El amor empieza cuando se rompen los dedos y se dan vuelta las solapas del traje, cuando ya no hace falta pero tampoco sobra la vejez de mirarse, cuando la torre de los recuerdos, baja o alta, se agacha hasta la sangre. El amor empieza cuando Dios termina Y cuando el hombre cae, mientras las cosas, demasiado eternas, comienzan a gastarse, y los signos, las bocas y los signos, se muerden mutuamente en cualquier parte. El amor empieza cuando la luz se agrieta como un muerto disfrazado sobre la soledad irremediable. Porque el amor es simplemente eso: la forma del comienzo tercamente escondida detrás de los finales. El centro del amor... El centro del amor no siempre coincide con el centro de la vida. Ambos centros se buscan entonces como dos animales atribulados. Pero casi nunca se encuentran, porque la clave de la coincidencia es otra: nacer juntos. Nacer juntos, como debieran nacer y morir todos los amantes. El corazón empieza bajo tierra... El corazón empieza bajo tierra, pero acaba en tus labios y en los míos. La muerte entonces duda en las cornisas y una convalecencia de ojos largos desprende las arrugas del temblor. No hay que negar que eso nos salva, pero entre tantas cosas tan perdidas no es posible aceptar la salvación. Y las manos, sin darse cuenta aprenden el gesto incorregible de volver a enterrar el corazón. El corazón más plano de la tierra... El corazón más plano de la tierra, el corazón más seco, me mostró su ternura. y yo tuve vergüenza de la mía. Tuve vergüenza de los himnos largos, de las constelaciones derramadas, de los gestos nupciales y espumosos, de las escarapelas del amor, de los amaneceres desplomados. Y también tuve miedo. Miedo de las palabras que no cantan, miedo de las imágenes que sobran cuando tanto ser falta, miedo de los roedores que se baten en la iglesia vacía, miedo de las habitaciones bautismales que se llenan de águilas. El corazón más plano de la tierra me hizo aprender el salto en el abismo de una sola mirada. El silencio que queda entre dos palabras... El silencio que queda entre dos palabras no es el mismo silencio que envuelve una cabeza cuando cae, ni tampoco el que estampa la presencia del árbol cuando se apaga el incendio vespertino del viento. Así como cada voz tiene un timbre y una altura, cada silencio tiene un registro y una profundidad. El silencio de un hombre es distinto del silencio de otro y no es lo mismo callar un nombre que callar otro nombre. Existe un alfabeto del silencio, pero no nos han enseñado a deletrearlo. Sin embargo, la lectura del silencio es la única durable, tal vez más que el lector. Estoy contigo... Estoy contigo. Pero por encima de tu hombro me dice adiós tu mano que se aleja. Entonces yo contengo mi mano para que no nos traicione ella también. E insisto: estoy contigo. Los innegables títulos del adiós abandonan entonces provisoriamente sus derechos. Y nuestras manos se aquietan en las equidistancias de estar juntos. Hay corazones sin dueño... Hay corazones sin dueño, que no tuvieron nunca la oportunidad de regir como un péndulo casi atroz el laborioso espasmo de la carne. Hay corazones de repuesto, que esperan sabiamente o por quién sabe qué mandato el momento de asumir su locura. Hay corazones sobrantes que se descuelgan como puños de contrabando desde la permanente anomalía de ser un corazón. Y hay también un corazón perdido, una campana de silencio, que nadie sin embargo ha encontrado entre todas las cosas perdidas de la tierra. Pero todo corazón es un testigo y una segura prueba de que la vida es una escala inadecuada para trazar el mapa de la vida. Hay que inventar respiraciones nuevas... Hay que inventar respiraciones nuevas. Respiraciones que no sólo consuman el aire, sino que además lo enriquezcan y hasta lo liberen de ciertas combinaciones taciturnas. Respiraciones que inhalen además las ondas y los ritmos, la fragancia secreta del tiempo y su disolución entre la bruma. Respiraciones que acompañen a aquel que las respire. Respiraciones hacia adentro del sueño, del amor y la muerte. Y para eso hay que inventar un nuevo aire, unos pulmones más fervientes y un pensamiento que pueda respirarse. Y si aún faltara algo, habría que inventar también otra forma más concreta del hombre. Hemos amado juntos tantas cosas... Hemos amado juntos tantas cosas que es difícil amarlas separados. Parece que se hubieran alejado de pronto o que el amor fuera una hormiga escalando los declives del cielo. Hemos vivido juntos tanto abismo que sin ti todo parece superficie, órbita de simulacros que resbalan, tensión sin extensiones, vigilancia de cuerpos sin presencia. Hemos perdido juntos tanta nada que el hábito persiste y se da vuelta y ahora todo es ganancia de la nada. El tiempo se convierte en antitiempo porque ya no lo piensas. Hemos callado y hablado tanto juntos que hasta callar y hablar son dos traiciones, dos sustancias sin justificación, dos sustitutos. Lo hemos buscado todo, lo hemos hallado todo, lo hemos dejado todo. Únicamente no nos dieron tiempo para encontrar el ojo de tu muerte, aunque fuera también para dejarlo. La mano se extiende... La mano se extiende, pero a mitad de camino a detiene una imagen. Y se marcha entonces con ella, no para poseerla sino tan sólo para entrar en su juego. La mano ha comenzado a enamorarse en el camino y así la posesión y el don se le escapan. La mano ha cambiado su destino por un vuelo que no es el vuelo del pájaro, sino un abandono a las mareas que no tienen costa o a los desequilibrios de una sabiduría diferente. La mano ha renunciado a su objeto y ha adquirido el valor de su distracción. La mano ha renunciado a salvarse. La vida nos acorta la vista... La vida nos acorta la vista y nos alarga la mirada. ¿Cómo poner otra figura en el paisaje sin desarticularlo como una feria invadida por la tristeza, sin que las nubes o los árboles se despeguen y salten como muñecos desarmados? ¿Cómo poner una palabra en el paisaje sin que el silencio se asuste igual que un animal sorprendido en el bosque o como una procesión que ha perdido su imagen? ¿Cómo poner una muerte en el paisaje sin que se vuelva frío y se sumerja como una flauta con todos los agujeros tapados? ¿Cómo alargar un sueño hasta que sea un punto en el paisaje, una figura, una palabra o la muerte, sin que el paisaje se desintegre como una burbuja? Nosotros ya no podemos dejar de estar en el paisaje siguiente, aunque sea un paisaje en blanco. Las distancias no miden lo mismo... Las distancias no miden lo mismo de noche y de día. A veces hay que esperar la noche para que una distancia se acorte. A veces hay que esperar el día. Por otra parte la oscuridad o la luz teje de tal manera en ciertos casos el espacio y sus combinaciones que los valores se invierten: lo largo se vuelve corto, lo corto se vuelve largo. Y además, hay un hecho: la noche y el día no llenan igualmente el espacio, ni siquiera totalmente. Y no miden lo mismo las distancias llenas y las distancias vacías. Como tampoco miden lo mismo las distancias entre las cosas grandes y las distancias entre las cosas pequeñas. Levantar el papel donde escribimos... Levantar el papel donde escribimos y revisar mejor debajo Levantar cada palabra que encontramos y examinar mejor debajo Levantar cada hombre y observar mejor debajo Levantar a la muerte y escudriñar mejor debajo Y si miramos bien siempre hallaremos otra huella. No servirá para poner el pie ni para aposentar el pensamiento pero ella nos probará que alguien más ha pasado por aquí. Me visitó una nube... Me visitó una nube. y me dejó al marcharse su contorno de viento. Me visitó una sombra. Y me dejó al marcharse el peso de otro cuerpo. Me visitó una ráfaga de imágenes. Y me dejó al marcharse la irreligión del sueño. Me visitó una ausencia. Y me dejó al marcharse mi imagen en el tiempo. Yo visito la vida. Le dejaré al marcharme la gracia de estos restos. Menos que el circo ajado de tus sueños... Menos que el circo ajado de tus sueños y que el signo ya roto entre tus manos. Menos que el lomo absorto de tus libros y que el libro escondido de páginas en blanco. Menos que los amores que tuviste y que el tizne que alarga los amores. Menos que el dios que alguna vez fue ausencia y hoy ni siquiera es ausencia. Menos que el cielo que no tiene estrellas, menos que el canto que perdió su música, menos que el hombre que vendió su hambre, menos que el ojo seco de los muertos, menos que el humo que olvidó su aire. Y ya en la zona del más puro menos colocar todavía un signo menos y empezar hacia atrás a unir de nuevo la primera palabra, a unir su forma de contacto oscuro, su forma anterior a sus letras, la vértebra inicial del verbo oblicuo donde se funda el tiempo transparente del firme aprendizaje de la nada. y tener buen cuidado de no errar otra vez el camino y aprender nuevamente la farsa de ser algo. No se trata de hablar... No se trata de hablar, ni tampoco de callar: se trata de abrir algo entre la palabra y el silencio. Quizá cuando transcurra todo, también la palabra y el silencio, quede esa zona abierta como una esperanza hacia atrás. Y tal vez ese signo invertido constituya un toque de atención para este mutismo ilimitado donde palpablemente nos hundimos. No tenemos un lenguaje para los finales... No tenemos un lenguaje para los finales, para la caída del amor, para los concentrados laberintos de la agonía, para el amordazado escándalo de los hundimientos irrevocables. ¿Cómo decirle a quien nos abandona o a quien abandonamos que agregar otra ausencia a la ausencia es ahogar todos los nombres y levantar un muro alrededor de cada imagen. ¿Cómo hacer señas a quien muere, cuando todos los gestos se han secado, las distancias se confunden en un caos imprevisto, las proximidades se derrumban como pájaros enfermos y el tallo del dolor se quiebra como lanzadera de un telar descompuesto. ¿O cómo hablarse cada uno a sí mismo cuando nada, cuando nadie ya habla, cuando las estrellas y los rostros son secreciones neutras de un mundo que ha perdido su memoria de un mundo. Quizá un lenguaje para los finales exija la total abolición de los otros lenguajes, la imperturbable síntesis de las tierras arrasadas. O tal vez crear un habla de intersticios, que reúna los mínimos espacios entreverados entre el silencio y la palabra y las ignotas partículas sin codicia. Poesía vertical 3 ¿Por qué las hojas ocupan el lugar de las hojas y no el que queda entre las hojas? ¿Por qué tu mirada ocupa el hueco que está delante de la razón y no el que está detrás? ¿Por qué recuerdas que la luz se muere y en cambio olvidas que también muere la sombra? ¿Por qué se afina el corazón del aire hasta que la canción se vuelve otro vacío en el vacío? ¿Por qué no callas en el sitio exacto donde morir es la presencia justa suspendida del árbol de vivirse? ¿Por qué estas rayas donde el cuerpo cesa y no otro cuerpo y otro cuerpo y otro? ¿Por qué esta curva del porqué y no el signo de una recta sin fin y un punto encima? Poesía vertical 7 Cuando se ha puesto una vez el pie del otro lado y se puede sin embargo volver, ya nunca más se pisará como antes y poco a poco se irá pisando de este lado el otro lado. Es el aprendizaje que se convierte en lo aprendido, el pleno aprendizaje que después no se resigna a que todo lo demás, sobre todo el amor, no haga lo mismo. El otro lado es el mayor contagio. Hasta los mismos ojos cambian de color y adquieren el tono transparente de las fábulas. Poesía vertical 14 He encontrado el lugar justo donde se ponen las manos, a la vez mayor y menor que ellas mismas. He encontrado el lugar donde las manos son todo lo que son y también algo más. Pero allí no he encontrado algo que estaba seguro de encontrar: otras manos esperando las mías. Poesía vertical 18 Fisuras interiores, grietas por donde se filtra gota a gota el líquido espeso y apremiante de esa invasión profunda que llamamos oración. La oración, que no es algo que se reza sino una inclasificable sustancia que no está hecha de un decir, aunque a veces se abrigue con palabras o fragmentos de palabras, como el sueño se viste de fábulas rotas, con desarticuladas historias que descarrilan al pensamiento y encarrilan, en cambio, el sagrado estupor que tapiza el lado oculto de los seres. La oración y el sueño se parecen: son dos entidades o elementos que gotean en los entresijos de una nada que se asemeja a algo. ¿Qué ocurriría si se abrieran de pronto esos lentos arcaduces, esos estrechos canales por donde se filtra la oración y quizá también el sueño? ¿Se mezclarían ambos acaso? ¿Un torrente arrastraría al hombre desde su propio interior? ¿O tal vez sólo la oración continuaría goteando, implacablemente goteando con el mismo ritmo y la misma medida por la imprevista abertura? Es probable que la oración sea una parte fija, una porción estable de la naturaleza de cada hombre, la aplicación de una discretísima posología, una cuota inmodificable como el sueño. La dosis establecida de una extraño y casi abrumador rescate que llevamos en el centro de nuestra propia sustancia. Poesía vertical 22 Inventar el regreso del mundo después de su desaparición. E inventar un regreso a ese mundo desde nuestra desaparición. Y reunir las dos memorias, para juntar todos los detalles. Hay que ponerle pruebas al infinito, para ver si resiste. Poesía vertical 24 Darlo todo por perdido. Allí comienza lo abierto. Entonces cualquier paso puede ser el primero. O cualquier gesto logra sumar todos los gestos. Darlo todo por perdido Dejar que se abran solas las puertas que faltan. O mejor: dejar que no se abran. Porque esta noche no duermes lejos... Porque esta noche duermes lejos y en una cama con demasiado sueño, yo estoy aquí despierto, con una mano mía y otra tuya. Tú seguirás allí desnuda como tú y yo seguiré aquí desnudo como yo. Mi boca es ya muy larga y piensa mucho y tu cabello es corto y tiene sueño. Ya no hay tiempo para estar desnudos como uno los dos. Rostro contra rostro... Rostro contra rostro, piedra contra piedra, para que el tiempo no se pudra y conserve su forma de cinta de colores. Tiempo contra tiempo paciencia contra paciencia, hasta que la piedra tome el dibujo del rostro y el rostro la carne de la piedra. Corriente de la mirada que no cambia si mira o si no mira, de la mano que es igual cuando toma y cuando da, del corazón análogo para quedarse o para irse. Piel contra piel, mundo contra mundo, tierra contra la tierra y también contra el cielo, hija de antiguos hijos, bandera para el viento que ella misma ha engendrado. Entre el sol y el maíz, entre la lluvia y la muerte, pájaro contra pájaro, luz contra luz, flor contra flor, secreto de cobre amalgamado con metal que respira, brujería de un humo que desciende a descontar los siglos. Sed contra sed, vaso para beber el vaso y derramar el mundo. Si has perdido tu nombre... Si has perdido tu nombre, recobraremos la puntada de las calles más solas para llamarte sin nombrarte. Si has perdido tu casa, despistaremos a los guardianes de la cárcel hasta dejarlos con su sombra y sin sus muros. Si has perdido el amor, publicaremos un gran bando de palomas desnudas para atrasar la vida y darte tiempo. Si has perdido tus límites, recorreremos el cruento laberinto hasta alzar otra forma desde el fondo. Si has perdido tus ecos o tu origen, los buscaremos, pero hacia adelante, en el templo final de los orígenes. Solamente si has perdido tu pérdida, cortaremos el hilo para empezar de nuevo. Un amor más allá del amor... Un amor más allá del amor, por encima del rito del vínculo, más allá del juego siniestro de la soledad y de la compañía. Un amor que no necesite regreso, pero tampoco partida. Un amor no sometido a los fogonazos de ir y de volver, de estar despiertos o dormidos, de llamar o callar. Un amor para estar juntos o para no estarlo pero también para todas las posiciones intermedias. Un amor como abrir los ojos. Y quizá también como cerrarlos. Voy a alargar caminos de caricia... Voy a alargar caminos de caricia, con algo de dulzura entre los dientes y un garabato tibio en los cabellos, para que el poco sueño que aún nos queda no se nos caiga. Voy a alumbrar tu rostro mientras duermes y mirarlo al revés, donde no duerme. Voy a juntar raíces por el aire, catálogos de nieves que no caen y sitios para párpados. Voy a tomar al hombre por el centro y tirarlo a rodar, a ver si llega. Voy a tomarme a mí, ya me he tomado, para enlazar de nuevo los cristales con un redondo material sin tiempo. Voy a cortar las puntas de la vida como unas uñas demasiado largas.

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