2021/02/06

Post Kapitalismoa: Simone Weil: Egia edo ezer

Simone Weill

Nacida en 1909 en París, Simone crece en el seno de una cultísima familia judía que se había distanciado de la religión, asumiendo una perspectiva agnóstica. Su padre, el doctor Bernard Weil, era un prestigioso médico con talante de librepensador.. De niños, los hermanos recitaban de memoria escenas del teatro de Racine y ejercitaban la mente con problemas de álgebra. Durante la Guerra de 1914, Simone decide privarse del azúcar para compartir las penalidades de los soldados en las trincheras. Su estricto sentido ético ya ha comenzado a despuntar, exigiendo compromisos. En el Liceo asiste a las clases de Alain, que la deslumbra con su «mística de la razón clara». A los diecinueve ingresa en la Escuela Normal Superior de París. Profesora de filosofía en distintos liceos, desdeña los programas oficiales de enseñanza. Sus exámenes consisten en ejercer la reflexión a partir de un tema u objeto. Los padres protestan y las autoridades académicas no ocultan su malestar. Sindicalista revolucionaria, el compromiso de Weil con la clase obrera agudiza su perfil incómodo, suscitando quejas y burlas. Un inspector la advierte que podría ser destituida: «Señor inspector —contesta ella, sonriente—, siempre he considerado la destitución como el coronamiento normal de mi carrera». Weil reduce su salario al equivalente del subsidio de paro, distribuyendo el resto entre familias pobres. 



Imparte clases en oficinas de empleo y universidades populares. Participa en una manifestación de desempleados, portando una bandera roja. Comienza a ser conocida como «la virgen roja». Viaja a Alemania, conoce a Trotski, deja temporalmente la enseñanza para trabajar como fresadora en una fábrica de Renault, realiza labores agrícolas en Marsella. Su experiencia como obrera y campesina le hace sentir que han grabado en su frente «la marca del esclavo»: «Un día me pregunté si no estaría muerta y había caído en el infierno sin darme cuenta». Tras abandonar su puesto en la fábrica, viaja a Portugal. En una miserable aldea de pescadores descubre a un grupo de mujeres enlutadas portando cirios y recitando unos cantos tristes y solemnes, mientras la luna llena extiende una blancura perfecta, casi irreal, por el muelle y los callejones cercanos: «Allí tuve, de repente, la certeza de que el cristianismo era la religión por excelencia de los esclavos, de que los esclavos no podían dejar de adherirse a ella, y yo entre ellos». Su pacifismo no le impide trasladarse a la España en guerra para luchar en el frente de Aragón como voluntaria de la Columna Durruti. No llega a disparar un solo tiro, pero presencia el fusilamiento de un joven falangista. Conmocionada, siente que es moralmente cómplice del crimen y que ese acto se opone al ideal de fraternidad del espíritu libertario. Vuelve a Francia, sin ignorar que el mundo se encamina hacia una nueva guerra mundial. Clarividente, clama que el régimen autoritario y burocrático de la Unión Soviética solo es una máscara del totalitarismo. Torturada por las migrañas y los problemas oculares, viaja a Zúrich con su padre para visitar la consulta de un oftalmólogo. Se detienen en la abadía de Einsiedeln, donde escuchan canto gregoriano mientras se celebran los oficios de Pascua. El doctor Weil se aburrió enseguida. En cambio, Simone se quedó en la abadía durante horas. Por primera vez se sintió embriagada por la liturgia católica. Algo más tarde visitará Milán y contemplará fascinada La última cena, de Leonardo da Vinci. La obra cautiva por su composición y armonía, pero su belleza no puede ser tan solo una feliz conjunción de elementos formales. La belleza es un signo de ese misterio que llamamos Dios. En la Pinacoteca de Brera, el escorzo de Lamentación sobre Cristo muerto de Andrea Mantegna le produce una vivísima impresión. Dios se manifiesta en la belleza, pero también en el dolor. En Roma escucha la misa de Pentecostés en San Pedro. Los coros de niños de la Sixtina le tocan el corazón. «No sé de quién era esa música —comenta—; seguramente de Palestrina. Divino.

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